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Al final de los años Setenta he colaborado con algunas radios de la Romaña. Con la primera radio
que empecé, situada en Faenza, escribìa un artìculo de ciclismo al dìa.
Recuerdo que miraba las etapas de las carreras de turno en la televisiòn, luego me
transferìa en el jardìn con la màchina de escribir (¡!) y a la sombra de un gran abeto escribìa el
fragmento. Lo releìa a alta voz de tres a cinco veces (haciendo huir gatos y gallinas) y finalmente me
catapultavo en mi auto utilitario con el cual saeteavo largo las calles de la campaña por quince
kilòmetros hasta llegar a Faenza. En aquellos tiempos se encontraba lugar para estacionar muy facilmente. Siempre corriendo, llegaba jadeante a la Radio, dònde, después de haber recuperado el aliento, a eso de las decinueve y veinte horas, el director me abrìa el micròfono y yo leìa el artìculo. Un sabado a la tarde vì un aviso pegado en una pared de la Radio: se buscaba alguien que conduciese la transmisiòn del domingo por la tarde. ¡Ninguno querìa hacerla! Ofrecì mi disponibilidad al Director y fuì aprobado inmediatamente. Me citò a las dos menos diez de la tarde del domingo. Cuando llegué, me dijo muy rapidamente, como se usaba el mixer y me abandonò a mi destino. Inmediatamente me dì cuenta que la Radio era desierta. En onda se sentìa mùsica y canciones grabadas en una cinta, puesta en un registrador muy grande, y éste se estaba terminando. Me vino, literalmente, un ataque de terror. ¿Como se usaba el mixer? Cuàl era la perilla que abrìa el micròfono? Revisé màs que volando entre los discos grandes, aquellos de 33 giros, y encontré el de Santa Esmeralda, con un fragmento musical de 16 minutos (y que después se convirtiò por años en mi sigla preferida). El disco me concedìa un cierto lapso de tiempo para reorganizarme. ¡Qué lindos tiempos! Al inicio de los años Ochenta mi padre se enfermò, una larga enfermedad tìpica de los ancianos, y tuve que transferirme a Milàn, donde casi enseguida entré en otra Radio, que entre otras cosas me pagaba mucho màs de la precedente. Escribì una carta a la RAI de Florencia que después de un mes me convocò. Y asì iniciò una larga colaboraciòn con la RAI, como escritor de textos. Pero, de hecho, vivìa a Milàn, donde también frecuentaba, como actividad de voluntariado, un centro de recuperaciòn para emarginados en la zona entre Còrsico y Cesano Boscone. Los jòvenes me contaban gentilmente sus dramas y sabiendo que escribìa para la RAI y que ya habìa publicado un libro de narrativa (“Libeccio e Tramontana”, para la Editorial Belforte) me pidieron màs de una vez de escribir también de sus tremendas historias de drogas y de sus vidas desesperadas, en aquellos inmensos y angustiosos suburbios del oeste, entre Gallarate, Còrsico y Buccinasco. Naciò asì un romance-encuesta, al cual en un primer tiempo le dì el titulo “La prisiòn invisible”, y que después, por consejo editorial, se titulò “Mi chica es una drogada”. |
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